lunes, 20 de diciembre de 2010

LA SEDA EN LA HISTORIA

Una princesa china, por nombre Xi-Ling-Shi, que tomaba plácidamente el té en su jardín, sentada a la sombra de una morera, cuando dentro de su taza cayó un raro capullo desprendido de una rama del árbol; al remojarse el capullo se le despegaron las hebras de que estaba formado y la princesa tiró y tiró de aquella fibra finísima descubriendo por casualidad el hilo de seda.





LEYENDA DE LADY XI-Ling-Shih
La leyenda china da título a la diosa de la seda a la Señora Hsi-Ling-Shih, esposa del mítico Emperador Amarillo, que se dice que gobernó China en cerca de 3000 aC. Ella se le atribuye la introducción de la cría de gusanos de seda y la invención del telar. La mitad de un capullo de gusano de seda descubierto en 1927 del suelo de loess a horcajadas sobre el río Amarillo en la provincia de Shanxi, en el norte de China, ha sido fechada entre los años 2600 y 2300 antes de Cristo. Otro ejemplo es un grupo de cintas, hilos y fragmentos de tejido, de alrededor de 3000 a. de c. y que se encuentran en Qianshanyang en la provincia de Zhejiang. hallazgos arqueológicos más recientes - una taza de marfil tallado con un diseño de gusanos de seda y se piensa que entre 6000 y 7000 años, y herramientas de hilado, hilo de seda y fragmentos de tejido de los sitios a lo largo del curso bajo del río Yangtsé - revelan los orígenes de la sericultura ser aún anteriormente.

LA SEDA EN LA HISTORIA

Su patria es China ; allí era ya cultivada sistemáticamente mucho tiempo antes de Jesucristo. La exportación del capullo estuvo prohibida por espacio de largo tiempo, bajo penas draconianas. China guardó celosamente su monopolio, como lo hicieron en posteriores milenios cuantos tuvieron la fortuna de poseer con carácter exclusivo algo que tuviese valor real.

Pero los chinos tenían, además, otro motivo para justificar la prohibición. Podían desautorizar la referida exportación por lo mismo que actualmente muchos Estados prohiben la de sus valores monetarios. Los capullos venían a ser las « divisas » chinas; los agricultores debían satisfacer los tributos en capullos, es decir, que en China existía el sistema de «impuestos en natura ». Consecuencia lógica de ello era el « monopolio del comercio exterior ».

A la par que impedían la salida de los capullos, los Emperadores chinos se esforzaban por agrandar el área de los mercados de venta de los tejidos de seda. Durante muchos siglos China exportó este artículo, y desde aquellos remotos tiempos la seda viene desempeñando en el comercio internacional el destacadísimo papel que ha conservado hasta nuestros días. Hoy la exportación de la seda bruta ocupa el primer lugar en el tráfico de venta de China y Japón al extranjero, mientras la de tejidos de seda constituye el artículo principal de la exportación francesa, el segundo, en cuanto a valor, de la italiana y el primero de la importación de los Estados Unidos.

En la Antigüedad la importancia de la seda fue todavía mayor que en la actualidad ; y no solamente su importancia comercial, sino también la político-cultural. Por mediación de la seda se estableció el primer contacto entre los círculos culturales indochino y grecorromano. Este hecho se produjo cuando las caravanas que transportaban la seda china llegaron a Siria después de cruzar los interminables caminos del Asia interior. China venía intentando, desde mucho tiempo antes, penetrar en los mercados del Oeste de su país ; los mercados de aquellas ricas tierras que, una vez derrumbado el Imperio de Alejandro Magno, arrastraban una existencia aislada y tempestuosa. Tales eran el reino de los Partos, Persia, Armenia y Bactriana.La región del Hoang-ho estaba separada por impenetrables montañas y desiertos de aquellos países, que son los que constituyen hoy Persia, Afganistán y Turquestán, y sólo a fuerza de enormes desvíos consiguieron las caravanas llegar al Turquestán y al fértil y espacioso valle de Fergana. Esas fueron las famosas «rutas de la seda» ; a su través llevaron a Occidente su valioso artículo las caravanas de camellos. Fueron tres y partieron aproximadamente del lugar donde se pierde hoy en el desierto el último sector occidental de la Gran Muralla. Allí, hacia Su-Cheu, conducían las rutas del valle del Hoang-ho, dirigiéndose al Turquestán.
En los albores de nuestra Era, las puertas de China se hallaban, en Occidente, en el Turquestán chino de nuestros días. Las rutas de la seda no podían aspirar a una verdadera importancia comercial mientras estuviesen amenazadas por las tribus mogólicas nómadas del Norte, las cuales atacaban y pillaban las caravanas chinas. El peligro no desapareció, cuando menos en el sector oriental (el más importante), hasta el siglo III antes de Jesucristo, en que fué construida la muralla china. Esta obra legendaria suele provocar hoy la risa ; pero hay que tener presente que fué erigida, no como protección contra los ejércitos modernos, sino para hacer frente a las hordas de jinetes mogoles. En esa época fué la última palabra de la técnica militar, y se alza hoy todavía incólume, al cabo de dos milenios, después de haber realizado su misión histórica, misión consistente no sólo en proteger la frontera política de China, sino también su comercio
En realidad, el camino del Oeste no quedó expedito a las caravanas hasta el momento en que éstas pudieron avanzar seguras, bajo la protección de la Gran Muralla, hacia la cuenca del Tarim y, de allí, hacia el valle de Fergana. A las expediciones mercantiles siguieron los ejércitos chinos, y en el siglo I antes de Jesucristo China conquistaba el Turquestán oriental. De este modo el centro más importante del comercio sedero quedó sometido al control chino; desde allí la ruta se dirigió a través de la Partia, Asiria y Mesopotamia, hasta los puertos sirios de exportación, Tiro y Berito. De esos puertos la seda era transportada a Roma. Al principio se viéron telas ligeras, semitransparentes, usadas por el mundo de la moda, «incluso por los hombres afeminados », como dicen los historiadores latinos. En los primeros tiempos los romanos no usaron seda pura ; sus hebras tenían mezcla de hilo y lana. El primero en vestir toga de pura seda fue el emperador Heliogábalo, sirio de origen y que impuso en Roma el gusto oriental. Más tarde, en tiempo de la invasión de los bárbaros, el gusano de seda penetró en las costas del Mediterráneo, gracias, claro está, a una mujer. Es de advertir que siempre han sido las mujeres quienes han abierto el camino a la seda. Según cuenta la leyenda, una princesa china, casada por motivos políticos, fue enviada al oasis Jotan, en la cuenca del Tarim, a reunirse con su marido. Ocultos entre el cabello, la mujer se llevó de su patria huevos de la oruga de la seda.
De Siria el animal pasó a Bizancio, escondido en los báculos huecos de unos astutos monjes griegos. Ya en el siglo VI la producción de seda es una importante rama industrial del Imperio bizantino y su principal partida de exportación. De Bizancio, la oruga pasó a Italia y Sicilia en el curso del siglo VII, y al mismo tiempo los árabes la introdujeron en España, único país de Europa que, en el siglo X, fabricaba tejidos de seda. Trescientos años más tarde Italia había pasado a ocupar el lugar de España. Desde Sicilia la producción sedera se extendió hacia el Norte, estableciéndose en Lombardía y Venecia; Genova, Florencia, Venecia y Siena se convirtieron en otros tantos centros de producción de seda. En el curso de los siglos XIII y XIV la oruga se asentó en Francia, comenzando su incursión por la Provenza. Aquí, como en Bizancio, su calvario fue bendecido por la Iglesia católica; el papa Clemente V, obligado a trasladar temporalmente su sede a Aviñón, plantó de moreras los alrededores de la ciudad. A partir del siglo XVI los monarcas franceses demostraron un vivo interés por la producción sedera; Enrique IV mandó plantar moreras en las comarcas de Paris, Lyón, Orleans y Tours, y los pimpollos se llevaron ya del Sur de Francia, ya de Italia.

Francia e Italia fueron hasta, mediados del siglo XVIII los dos países monopolizadores de la industria sedera europea. En otros Estados el desarrollo de dicha actividad coincidió con el afianzamiento del Absolutismo ilustrado y de la teoría mercantilista. El Absolutismo se mostró decidido defensor de la lana, lo cual se comprende perfectamente, ya que se trataba de un artículo indispensable para el Ejército. Pero ¿y la seda? Ni Luis XIV ni Federico el Grande vistieron con ella a sus soldados. ¿Qué motivo los indujo, pues, a impulsar la manufactura sedera?


ARTÍCULO DE LUJO
La seda, lo ha sido siempre, por mucho que nos remontemos en la Historia; y lo que mejor demuestra este hecho es la legislación suntuaria que encontramos por doquier, tanto en Egipto como en Grecia y Roma. Cuando, reinando Alejandro Magno, se puso de moda en Grecia el uso de prendas de seda, el hecho se consideró como nociva ostentación oriental y falta grave a las buenas costumbres. En Roma todos los Emperadores, sin excepción, se esforzaron por limitar el uso de la seda y otros artículos suntuarios, y por conseguirlo lucharon incluso dechados de modestia de la talla de Nerón. De poco servían las prohibiciones, como se desprende de su repetición estereotipada ; en realidad, no podían surtir efecto si se tiene en cuenta que el Emperador en persona, y con mayor frecuencia aún la Emperatriz, daban el ejemplo contrario en muchas circunstancias.

Durante la Edad Media y desde Carlomagno no cesaron las tentativas encaminadas a reprimir el lujo, dictadas por la preocupación de mantener la diferencia de clases. Ya en la Italia del siglo XIII hubo quejas porque el estamento burgués llevaba vestidos de calidad tan buena como los propios de clases sociales más elevadas, hasta el punto de que se hacía casi imposible distinguir a las personas de la « nobleza » de las « del estado llano ». El Renacimiento, con sus vestidos suntuosos y decorativos, aumentó notablemente las demandas de seda ; aquélla fue la época del máximo esplendor de su comercio y manufactura en Italia. En el siglo XV se prohibió en Sajonia a todas las señoras y señoritas de la nobleza llevar colas de longitud superior a 2 varas, y en Módena se erigió en la plaza del Ayuntamiento una estatua de mujer, de mármol, cuyo vestido llevaba la cola de la longitud prescrita por la ley, y la policía de la ciudad tenía orden de conducir a las damas junto a la estatua para comprobar el cumplimiento de las disposiciones dictadas. De todos modos, se debe reconocer que este método era más considerado que el que empleaban los policías en las playas norteamericanas, los cuales comprobaban, centímetro en mano, la longitud de los trajes de baño de las señoras. También encendieron las iras fiscales los calzones bombachos de los hombres ; en Dinamarca, el Gobierno amenazó con acortar en plena calle los pantalones de los petrimetres. Carlos IX prohibió a las damas el uso de la « almohadilla trasera » (Hinterpolster), si bien hubo de ceder finalmente en consideración de la «almohadilla de las caderas» (Hüftenpolster), la cual fue creciendo hasta el extremo de que no hubo otro remedio que limitarla también a un perímetro de 2 varas.

Cierto que todas esas medidas perjudicaban al comercio de la seda, el cual se defendió en cuanto le fue posible y muchas veces con éxito. El incremento de los brocados muestra lo intenso que era ya en la Edad Media el afán de lujo. La confección de esta clase de tejidos comenzó en Italia en los siglos XII y XIII, siendo fundada la primera «manufactura real » en Palermo, desde donde; las telas eran enviadas a todo el mundo entonces conocido. ¿Quiénes fueron los que usaron aquel artículo de lujo? Siquiera nombraremos a uno de ellos. Cuando Carlos el Temerario, duque de Borgoña, acudió en 1474 a Tréveris paro entrevistarse con el emperador Federico III, llevaba un séquito formado por 3.000 caballeros de la nobleza, 5.000 del estado llano y 6.000 peones. Los 8.000 caballeros llevaban sobre las corazas sobrevestes de seda y terciopelo y, en cuanto al. duque, vestía capa, de brocado adornada con piedras preciosas, de un valor de 200.000 ducados. Este mismo Carlos llevaba, en ocasión de la batalla de Granson, un guardarropa integrado por 400 cajas; y en consideración a la sencillez de la vida de campaña, «solamente» llevaba 100 vestidos de brocado. ¡Cómo palidece ante esto el tan ponderado lujo romano, si se recuerda que la emperatriz Agripina causó sensación al presentarse en una recepción ataviada con un vestido totalmente bordado de oro!

Bastante más tarde, ya en el siglo XVII, la producción de los brocados pasó a Lyón y Ginebra, donde esta industria subsiste aún en nuestros días. Hoy, el « oro » que entra en las telas no es, por regla general, más que cobre dorado y, en raros casos, plateado. Antaño, empero, las telas se trabajan con oro auténtico ; de otro modo Luis XIV no se hubiera visto obligado a limitar el empleo del noble metal en las manufacturas de tejidos.

En España, Femando e Isabel combatieron el lujo, para lo cual prohibieron el uso de brocados y telas de oro y seda, contribuyendo de este modo considerablemente a la ruina de la producción sedera española. La prohibición encontró imitadores en todos los países, y la Iglesia católica apoyó esta política por motivos religiosos.
El lujo ha tenido siempre muchos adversarios teóricos, casi tantos como adeptos prácticos. Los hombres como Maquiavelo y Ricardo Wagner, que confesaron repetidamente su amor y aprecio por el lujo, han sido muy escasos. Si Pascal prefería el hábito «de crin» de los monjes a la seda, Rousseau iba aún más lejos al recomendar a la «Humanidad no contaminada» las pieles de oveja o las hojas de plátano. Sin embargo, ésta era una protesta tardía. En la Europa del siglo XVIII todos los Gobiernos que se sucedían se esforzaban en introducir en sus respectivos países industrias propias, particularmente las de lana y seda. La posibilidad la dieron los mismos franceses, al promulgar Enrique IV el Edicto de Nantes, por el cual reconocía en Francia la libertad religiosa. De este modo protegía el Rey la manufactura nacional de seda, industria en la que eran verdaderos maestros los protestantes. Cuando, un siglo más tarde, fue revocado el Edicto, los hugonotes huyeron en masa de Francia, buscando refugio en Inglaterra, los Países Bajos, las tierras del Rhin y Suiza, con gran satisfacción de los Gobiernos de esos Estados. El Absolutismo ilustrado vió (y no se equivocó) la máxima garantía de su poderío político en el desarrollo de la industria. Hoy todo el mundo comprende por qué Federico el Grande impulsó con tanto tesón esta rama de la actividad humana; actualmente, todos los países del mundo practican, en el fondo, la misma política. Lo que muchos no comprendieron hasta hace poco es la razón que impulsó al monarca prusiano a interesarse tanto por la industria sedera. Suposo que quiso dar a la monarquía el máximo esplendor y no quedarse a un nivel inferior al de Francia. No cabe duda de que estas razones influyeron en su ánimo ; no en vano llevaban los Reyes coronas de oro y capas de armiño; y tenía profunda significación, especialmente en una época en que los balances de los Bancos nacionales se tenían menos en cuenta que el brillo exterior de las Cortes reales. Federico sabía que no necesitaba vestir de seda él mismo, pero sí poseer este artículo, y sabía, además, otra cosa : que, en la Industria, para alcanzar el máximo de capacidad técnica, hay que desarrollar todas sus ramas, sin descuidar una sola. En su afán de contribuir a la prosperidad de su país, emanciparlo de la importación exterior y dotarlo de un nuevo artículo de exportación, procuró Federico desenvolver las ramas industriales ya existentes en Prusia e implantar las que no poseía aún. Y no pudiendo crear la industria de radio o de aviación, Se contentó con establecer la de la seda.

Los maestros franceses difundieron por todos los Estados europeos el arte de tejer la seda. La « exportación » de aquellos técnicos estaba prohibida en Francia ; pero todos los Gobiernos rivalizaban por adquirirlos y asegurarse sus servicios. Rusia envió una Comisión secreta con la única misión de mandar de contrabando maestros a San Petersburgo. A principios del siglo XVIII trabajaban ya en Leipzig un millar de telares y se habían constituido modestos centros de industria sedera en el Palatinado, en Munich y Viena, en Dinamarca, Suecia y Rusia. Según Schmoller, durante el siglo mencionado no hubo capital alemana donde no se efectuaran ensayos encaminados a crear una industria sedera propia ; no obstante, sólo en el Berlín de Federico el Grande se lograron resultados positivos. También alcanzó notable desarrollo esta industria en Crefeld, contribuyendo no poco a ello el efectivo monopolio de los hermanos de Leyen, mennonitas holandeses. Enrique de Leyen comenzó su obra el año 1668. Desde el punto de vista económico, la industria de Crefeld tuvo mayor vitalidad que la de Berlín ; superó todas las crisis, tanto políticas como económicas, y en la actualidad es el centro más importante de la manufactura de seda de Alemania.

Ya Federico Guillermo I llevó a cabo algunos ensayos destinados a desarrollar en Berlín la industria sedera; pero las bases definitivas de ésta débense a Federico el. Grande, quien la apoyó con todo entusiasmo, contratando maestros de Holanda, Italia y Francia y formando a sus propias expensas para aquella técnica numerosos educandos del Orfanato de Potsdam. La importación de terciopelo estaba prohibida, y las demás telas de seda se hallaban sujetas a elevados derechos arancelarios. Fueron adoptadas severas medidas para reprimir el contrabando, aunque no fue posible extirparlo. Los fabricantes contaban con el apoyo financiero del Estado, el cual pudo desprenderse de la suma de 2 millones de escudos, más de lo que había invertido en otra industria cualquiera. No hay que admirarse de esta esplendidez ; Colbert, en Francia, destinó 5 millones de libras al mismo objeto.

La floreciente iniciativa de Federico quedó arruinada por las guerras napoleónicas y de la independencia. Aquella industria, joven aún y artificialmente creada, no pudo hacer frente a la competencia extranjera al faltarle el apoyo del Estado.

No obstante, la época de Federico dejó por herencia la tradición industrial, la técnica y la experiencia emprendedora. A partir de 1830 la industria sedera desarrolló siguiendo nuevos caminos. Los telares mecánicos, particularmente el modelo de Jacquard, se habían ya adoptado en todas partes. Por entonces adquiría incremento el Wuppertal, y en la segunda mitad del siglo XIX pasó a primer plano Bielefeld, donde algunas manufacturas de tejidos de lino habían sido transformadas en otras sederas. A fines de siglo, cuando la importación de artículos de seda se vió dificultada por la elevación de las tarifas aduaneras, muchas empresas de Suiza se trasladaron a Badén y Wurtemberg.



La importancia de la industria sedera no se redujo por la general democratización que dió al traste con el Absolutismo; antes al contrario, cuando la Revolución francesa hubo abierto nuevos cauces a la burguesía triunfante y cada día más rica, el crecimiento de aquella industria progresó con gran rapidez. No en vano está íntimamente vinculado con la Revolución el invento del telar de Jacquard, llamado a impulsar extraordinariamente, no sólo la producción de tejidos de seda, sino también la de tejidos de lana. Jacquard había tomado parte en el movimiento renovador


En el fondo, nunca la industria sedera ha dependido directa e inmediatamente del gusano de seda. En Europa, la producción de telas comenzó antes de la cría del Bombix mori. Durante corto tiempo existió un nexo entre ambas ramas de la Economía, y no es un hecho casual que la industria sedera se desarrollara intensamente en los países que disponían de plantaciones de moreras. En el curso de los años solamente Italia estuvo en situación de abastecerse con la seda de producción propia e incluso de exportarla. Los Estados Unidos, con todo y su vasta industria sedera, nunca han tenido una verdadera producción del gusano; y viceversa, los países patria del insecto, China y Japón, así como los del Asia Anterior, no han poseído la referida industria, en el sentido europeo, hasta época muy reciente.

Las nueve décimas partes de la producción mundial de seda en bruto proceden del Asia oriental, donde la necesaria baratura de la mano de obra concurre con condiciones climatológicas particularmente favorables. Para la fabricación de esas telas, de precio excesivamente elevado, se necesita, como observa un ilustrado francés, «una población tan densa como pobre», condición que encontramos en el Japón y China; en ambos países la producción sedera se halla concentrada en las regiones pobladas más densamente. En esas comarcas de los dos Estados extremoorientales el 99 % de la población campesina tiene por ocupación principal la cría del gusano de seda, el cual sostiene, aunque míseramente, a la mitad de la población campesina, o sea a la cuarta parte de la total del Japón.

Mientras en China el cultivo del gusano de seda ha decaído en estos últimos siglos por efecto del hundimiento político del país, en el Japón no sólo se ha mantenido, sino que se ha desarrollado considerablemente. Mediante atinada inspección y selección de los huevos del insecto, los japoneses han obtenido una oruga fuerte y sana. Hacia el año 1850 los criadores europeos del gusano de seda recibieron un rudo golpe : una epidemia que se declaró entre aquellos insectos y que amenazó con la destrucción total de su cría en Francia e Italia. Este período duró unos quince años, hasta que vino a salvar la situación Pasteur, el famoso bacteriólogo, quien enseñó a los criadores a seleccionar los huevos con ayuda del microscopio. A pesar de todo, la sericicultura habría desaparecido si del Japón no se hubiesen enviado huevos sanos para mejorar la cría. La oruga japonesa salvó en aquella ocasión la existencia económica de muchos millares de europeos.




LA CRISIS DE LA SEDA CHINA
A principios del siglo XX la especie mariposa de la seda (bombyx mori) enfermó en todo el mundo y puso en peligro la producción de la más preciada seda natural. Para ese entonces la investigación biológica había notado un gran avance con la utilización del microscopio y en Europa se llevó a cabo una minuciosa selección de gusanos sanos, por métodos científicos. Pero el peligro más grande se dio en China, donde acaso el 80% de los gusanos de todos los criaderos llegaron a estar enfermos. El INTERNATIONAL COMMITTEE FOR THE IMPROVEMENT OF SERICULTURE IN CHINA, con sede en Shanghai (principal puerto de la seda china), procedió a la reconstitución de la raza, con las técnicas occidentales, comprando gusanos no enfermos procedentes de Francia e Italia.
• Esta crisis del gusano y las arcaicas condiciones laborales de las factorías chinas hicieron que la ocasión fuera aprovechada por Japón para ponerse a la cabeza de la producción mundial de seda natural; en 1925 Yokohama era el mayor depósito de seda del mundo.
• La crisis de 1929 también atentó contra la exportación de la seda oriental.
• La invasión de China por Japón arrasó 135.000 hectáreas de moreras y destruyó la mitad de sus hilaturas.
• La S. G. M. paralizó la industria de la seda, no sólo en China sino en el Japón, en Francia y en Italia, durante diez años. En 1949 quedan en Shanghai dos únicas fábricas de hilados, de las más de cien que llegó a haber. En los años 50, se impone el uso textil de las fibras químicas. La seda artificial tiene poderosas ventajas industriales sobre la seda natural: no se plancha y es mucho más barata.
Por si fuera poco lo que atenta contra la seda china, el ejército rojo de Mao Ze Dong vistió a la China continental con un grueso uniforme de algodón azul.

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