SEDAS

LAS SEDAS ORIENTALES
La ornamentación del tejido de seda es también una larga historia de un arte rico y variado. Sir Aurel Stein encuentra en la Cueva de los Mil Budas tejidos de seda coptos, bizantinos y sasánidas, de los siglos V y VI. Algunos de éstos son pendones votivos de estilo adamascado (ni búdicos ni chinos), con anchos bordes y, en general, parecidos a los tejidos de las tumbas egipcias de los primeros tiempos cristianos. Estas coincidencias de estilo en puntos tan alejados hacen pensar que el autor ornamentador no sólo conocía modas lejanas sino que tal vez fabricó con fines de exportación a países lejanos de la China. Lo cierto es que la seda fue, desde tiempos remotos, un poderoso motivo y vehículo de difusión de la moda, además de un valioso objeto comercial.
Los brocados en la seda son típicamente bizantinos.
Marco Polo influyó en la moda Veneciana con las telas traídas del Pekín de Kubilai khan. Eran las sedas tártaras, tejidas a rayas de oro, que los italianos siguieron tejiendo.
Los motivos de adorno en la seda china son vegetales, sobre todo. Con el tiempo, se introducen grafismos chinos, además de personajes, casas, etc., pero los chinos son más ajenos a esta moda ornamental que más bien pertenece a los occidentales, justamente con la entrada de la seda en la moderna historia de la moda (1850). También los estampados vegetales se encuentran en las sedas del Asia Menor, además de decoraciones geométricas y animales.
Los colores históricamente dominantes en la seda son el amarillo y gualda, que aparece ya natural en la seda cruda y que se mejora y fija a base de azafrán. El blanqueado, a partir de la seda cruda.
El azul celeste se introduce desde la India, a base del índigo natural que utilizan para la tintura del algodón. El azul celeste en la seda es, junto con los dorados, parte del carácter suntuoso de los vestidos de seda.
La seda púrpura es la seda de color rojo que abunda en las urbes romanas, obtenido en la tintura con púrpura, jugo procedente del molusco múrice.
La muselina es originalmente un finísimo tejido de seda negra, venida de Musul, con los árabes, quienes aportan el negro a los tejidos de seda obtenido en la tintura de kool.
El crepé en seda es originario de China; los europeos no comienzan a fabricarlo hasta mediados del siglo XIX; al igual que los pongés, procedentes de Chantung, y también del Japón, muy en boga en los años 20.
La técnica textil sedera les permite a los occidentales aprovechar materia prima que los chinos desechan: capullos no devanados y residuos de seda se utilizan para hilados de mediana calidad, que tienen el nombre de schappe.
En esta misma línea de avance en la industria textil sedera se encuadra el incremento de la utilización de la seda salvaje, que comienza a industrializarse en el Japón (donde abunda la mariposa que produce este hilo) y pronto se extiende el textil y su confección al resto del mundo.
El último tipo de tejido histórico de seda es la seda francesa, nombre que se le dio a aquel tejido de seda de la Fábrica de Lyón.


PIEZAS HISTÓRICAS DE SEDA ORIENTAL

Capa real del que fue VIII Buda Viviente mongol y último Bogd Jefe de Estado budista de Mongolia. Tejida con hilos de plata y seda china, con incrustaciones de perlas naturales. Al inicio del SIGLO XX. Museo del Palacio Templo de Ulaan Bataar. Foto Edym, 2001
                 Chaqueta de seda china, forrada y bordada.




Vestido largo decorado con grullas que llevan una cinta de seda en el pico. Pertenecen a la cultura K'i-tan o Kidan, de la época Liao, de China (SIGLOS X-XII de N.E.).
Tejido en seda. Alto 150 cm. Ancho del bajo 215 cm. Encontrado en una tumba de la época Liao, en la actual provincia china de Mongolia. Museo de Hohhot. Foto Edym.


Este tapiz de seda (abajo) (urdimbre, trama y ligamento; aprox. 16 hilos de urdimbre y 50 de trama por cm.) está ejecutado según la técnica jiezi, es decir, a mano libre sin la guía de cartón alguno. La densidad de la trama es muy irregular, cambiando en función de los colores. Sobre un fondo de azul indio adornado con ramas en flor de tonos pastel, representa dos aves volando hacia la derecha y un ungulado (foto anterior) que corre en sentido inverso; cada motivo está enmarcado por una orla más clara, según el procedimiento gouke, original de esta cultura song, aunque puede que los song lo copiaran de los uigures. (Marie Heléne Guelton, de la Asociación para el Estudio de los Textiles de Asia, AEDTA, Museo Nacional de Artes Asiáticas, París; traducción española de Fundación La Caixa). Nosotros, modestamente, consideramos muy poco probable lo que dice Marie Heléne Guelton. Los uigures son anteriores a los mongoles, y son estos quienes conectan con las culturas del sur de esa región asiática. Los uigures no viajaron al sur ni aprendieron el cultivo y producción de seda. Opinamos que es Gengis Khaan quien llama a los primeros song (del sur) a trabajar la seda a su primera corte que funda en Kharakhorum. Cuando se producen estas sedas, los uigures ya han sido conquistados por Gengis Khaan. Según AEDTA (esto no hay por qué dudarlo), el tapiz procede de la dinastía Song (960-1125). Es una pieza de 53 cm de largo x 27,5 de ancho. Propiedad de la Asociación para el Estudio de los Textiles de Asia (AEDTA), Museo Nacional de Artes Asiáticas, París. Fotos Edym


Chaqueta  larga (arriba) tejida con hilos de oro y seda china, probable regalo de Manchuria al que fue VIII Buda Viviente Mongol y último Bogd Jefe de Estado budista de Mongolia. Al inicio del SIGLO XX. Museo del Palacio Templo de Ulaan Bataar. Foto Edym.
Parte inferior de la misma prenda: Jacket largo tejido con hilos de oro y seda china, probable regalo de Manchuria al que fue VIII Buda Viviente Mongol y último Bogd Jefe de Estado budista de Mongolia. Al inicio del SIGLO XX. Museo del Palacio Templo de Ulaan Bataar.



LA SEDA TRADICIONAL THAILANDESA
La fabricación tradicional de la seda en Tailandia, prácticamente exangüe hacia mediados del siglo XX, empezó a cobrar un nuevo auge en el decenio de 1950, gracias a la iniciativa de un ciudadano estadounidense, Jim Thomson. Una de sus más firmes aliadas fue la por entonces joven reina Sirikit. Hoy en día, combinando técnicas seculares y modernas, la artesanía de la seda se perpetúa de generación en generación y contribuye a la prosperidad económica del país.
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“Bodas reales” del champaña y la seda

El Domingo de Resurrección del año 1967, un hombre de negocios norteamericano asentado en Tailandia se perdió para siempre en la jungla de Malasia, en circunstancias que nunca pudieron dilucidarse después. El misterio de su desaparición apasionó a los medios de información y el público de Asia, América del Norte y otras partes del mundo. El desaparecido era tan conocido en Tailandia que bastaba con remitirle una carta poniendo simplemente “Jim Thomson – Bangkok” para que llegase directamente a sus manos en una ciudad que, en esa época, contaba ya con tres millones de habitantes.
Los veinte años anteriores a su funesto viaje a Malasia, Jim Thomson hizo algo que muchos otros no consiguen realizar en su vida entera. Se especializó en un arte –el tejido de la seda– del que no sabía absolutamente nada y creó una importante industria sedera en Tailandia. Su casa de Bangkok, llena de tesoros artísticos de la región circundante, era una auténtica joya arquitectónica.
El itinerario vital de Thomson, verdaderamente novelesco, no sólo fue la historia de su realización personal, sino la de la transformación de la vida de miles de personas. En efecto, hoy en día una próspera empresa tailandesa, que lleva su nombre y es mundialmente conocida, surte con artículos de seda los escaparates de los mejores almacenes de las megalópolis del mundo entero y decora con sus telas un número incontable de restaurantes y hoteles en muchos países.
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La seda de Bangkok
Jim Thompson, arquitecto de formación, descubrió Tailandia en 1945, cuando fue destinado a Bangkok como oficial del ejército estadounidense. Seducido por los encantos de la capital tailandesa de aquellos tiempos –sus habitantes siempre sonrientes, sus animados mercados, sus calles sin inmuebles altos y sus frecuentados canales, vías de transporte esenciales dado el escaso número de automóviles– decidió instalarse en ella al finalizar su servicio militar.
Desde que llegó a Tailandia, Thompson empezó a coleccionar piezas de seda de este país por atraerle tanto su sorprendente combinación de colores como la textura irregular que las diferencia de las fabricadas en Japón y China. Esa consistencia especial del tejido se debe a la calidad de los gusanos de seda.
Aunque el cultivo de las moreras y la cría de gusanos existían en el reino de Siam por lo menos desde el siglo XIII, según atestiguó por ese entonces un diplomático chino, los tejidos de seda tailandeses sólo cobraron fama gracias al ex arquitecto norteamericano. Cuando éste se instaló en Bangkok, los tejedores eran ya poco numerosos y sólo algunos artesanos musulmanes del barrio de Benkrua seguían practicando en familia el modo de fabricación tradicional. Resuelto a comercializar los artículos de seda de Tailandia, Thompson se puso en contacto con ellos. La mayoría se mostraron recelosos, pero uno de los cabezas de familia, movido por la curiosidad, se decidió acometer la empresa propuesta por el norteamericano. Así dio comienzo la gran aventura de la seda tailandesa.
En 1947, con una maleta cargada de muestras de seda, Thompson tomó un avión con rumbo a Nueva York. Cautivada por los tejidos, la encargada de una casa de modas le ofreció de inmediato su apoyo. De vuelta a Bangkok, fundó una sociedad de la que fue accionista principal y director. Administró la empresa con nuevos métodos, empleando principalmente a mujeres y permitiéndolas trabajar en el hogar para no alterar su vida familiar. Thomson también introdujo importantes innovaciones en la fabricación, sustituyendo los tintes vegetales por los químicos, pero procurando siempre conservar los colores ancestrales.
A principios del decenio de 1950, Thompson abrió en Bangkok un almacén de tejidos que tuvo un éxito fulgurante. La reina Sirikit, que nunca había escatimado sus esfuerzos para promover la artesanía y el patrimonio cultural tailandeses, visitó muy pronto la tienda, convirtiéndose en su clienta más célebre e influyente. En sus visitas oficiales al extranjero llevaba siempre vestidos confeccionados con piezas de seda tradicionales que, en Europa, atrajeron poderosamente la atención del gran costurero francés Pierre Balmain y otros creadores del mundo de la moda. En los Estados Unidos, después haber creado el vestuario de la famosa película musical de Walter Lang, El rey y yo, la diseñadora Irene Sharaff contribuyó a realzar el prestigio de la seda tailandesa utilizándola en muchos otros filmes. La industria de la seda de Tailandia empezó así a recibir pedidos del mundo entero





Preservar la tradición
En el decenio de 1970, la sericultura tradicional se implantó en la provincia de Khorat, situada al nordeste del país. En una visita a esta región agrícola pobre, la reina Sirikit se percató de las dificultades económicas de las familias campesinas y les propuso iniciar la producción de tejidos de seda con tintes tradicionales. En 1976, la reina creó la Fundación SUPPORT para fomentar la artesanía en las zonas rurales y conservar las técnicas de fabricación ancestrales. Hoy en día, unas mil familias poseen sus propios huertos de moreras y crían gusanos de seda en sus casas. Cuando finaliza el ciclo de formación de los capullos, al cabo de 23 días, los campesinos los venden a la granja de la empresa Jim Thompson.
Actualmente, la operación esencial de tejer los hilos de seda la llevan a cabo unos 600 tejedores de ambos sexos. La técnica heredada de las generaciones anteriores se transmite a las más jóvenes. Para la impresión de los tejidos se recurre a sistemas tradicionales, como el estarcido con patrones de madera, o a la utilización de impresoras digitales ultramodernas. El control de calidad y el acabado a mano de los productos son dos imperativos del proceso de fabricación que permiten lograr un equilibrio entre la artesanía y la industrialización.
Tal como vaticinó el hombre de negocios estadounidense, acometer la empresa de fabricar seda con métodos tradicionales en Tailandia era una gran aventura que sólo podía aportar prosperidad a este país. Hoy, el 90% de los accionistas de la firma Jim Thompson son tailandeses, y un tercio de ellos son los hijos y nietos de los primeros tejedores musulmanes de barrio de Benkrua






LA SEDA EN LYÓN
Este punto nos lleva, en el tiempo, más lejos de donde hemos iniciado el estudio de la moda en el CAPÍTULO 2, pues hay que hablar de la Europa de la Baja Edad Media y del Renacimiento, cuando se exacerbó el afán de las gentes por vestir con telas de seda. En todas las clases sociales creció la importancia concedida a los trajes y por todo Occidente se sucedieron las leyes suntuarias, con una doble finalidad: contener los gastos excesivos que los súbditos hacían para vestir y establecer diferencias en la riqueza de los trajes que usaban, según las categorías sociales.
La historia de la introducción de la seda en Francia tiene los mismos caracteres de represalias políticas y protecciones aduaneras con que la sericultura se administra en todo el mundo, desde la China antigua. En el siglo XIV, el gobierno francés considera que sale demasiado oro del reino (cuatrocientos o quinientos millones de escudos de oro anuales, según el estudio citado de P. Boulnois, Pág. 206 ) para pagar los lujosos tejidos venidos de Italia a las ferias de Lyón y La Champagne; no sólo de Italia, pues también se importaba seda de la España árabe y, además, comerciantes orientales, venidos quizás de la lejana Mongolia, eran vistos en la feria de Lyón; pero los mercaderes más numerosos eran los de Génova, Florencia y Lucca. Los Papas de Aviñón introdujeron el cultivo de la morera y la cría del gusano de seda. En el año 1450 Lyón obtiene el monopolio del comercio de seda para toda Francia. Los mercaderes italianos, a la vista de tan importante negocio, se hubieran instalado de por vida en esa ciudad a las orillas del Ródano; no lo hicieron los comerciantes, pero sí los industriales.
Es en el año 1466 cuando el rey Luis XI manda instalar en Lyón talleres para la fabricación de la seda, como fábrica propiedad de la corona. Pero faltaba mano de obra especializada, cuestión ésta repetida a lo largo y ancho del mundo, en la historia de la seda; recuérdense los obreros griegos apresados por Roger II de Sicilia, para crear su propia industria sedera en Palermo. Así es que, por fin, es Francisco I quien contrata con dos italianos piamonteses, Stéfano Turquet y Bartolomeo Nariz, que en 1545 fundan la sociedad comercial de la Fábrica de Lyón, aun existente en la actualidad. El año 1600 esta fábrica contaba con siete mil telares, daba empleo a toda la ciudad de Lyón, a inmigrantes de otras regiones francesas e italianas y consumía toda la seda producida en la región, el Languedoc, Beaujolais, y continuó la importación de seda cruda del Piamonte hasta el XIX. En 1801, la invención del telar Jacquar redujo a la mitad la mano de obra en el textil, lo que provocó graves conflictos en la población obrera de Lyón. La fucsina, que se empezó a utilizar en 1860, también cambió radicalmente la industria de la seda, esta vez por la tintura. El inicio de la moda, tal como la hemos estudiado aquí, ocurre en esos años y, junto con lo anterior, provoca una dura reconversión de la Fábrica de Lyón, reconversión que se lleva a cabo impelida por la demanda: cantidad, variedad en tejidos, tintes y estampados, calidad, y precios.



LA SEDA VALENCIANA



En Valencia habían talleres de producción en la época de dominación islámica, destacando los de Xàtiva, Alzira, Carcaixemt, Orieola y los de la própia capital.



Después de la conquista, Jaime I, como consta en Los Fueros (Els Furs), protegió a los artesanos sederos y potenció su expansión, de forma que en el siglo XIV había un gran número de talleres que se establecieron alrededor de la nueva muralla.

El siglo XV supuso un momento de expansión en la producción de la Seda, así como un avance tecnológico importante con la llegada de tejidos italianos y genoveses que llevaban técnicas más avanzadas, especialmente en la producción del vellut.



En 1474 se constituyó el Gremio de Sederos (gremi de velluters) con San Jeronimo como patrón, que según la tradición es el primer Santo que se vestió de seda por su condición de cardenal.
En la historia, la industria de la seda tuvo una gran importancia en la ciudad de Valencia, lo que llevó a la necesidad de crear en 1494 un colegio que regulara la profesión de los sederos y su sede fue el Colegio del Arte Mayor de la Seda, situado en un barrio que conserva el nombre de “Velluters” (sederos).


El Colegio sigue ubicado en su lugar de origen en la céntrica calle del Hospital, e incluye documentaciones historicas así como telas valencianas y todo tipo de material relacionado con la industria textil.
La seda era un producto de gran demanda en la sociedad valenciana del Siglo XV. Como era un signo externo de preeminencia social existía el deseo de vestirse con este producto tan sugestivo no solo por parte de las clases sociales elevadas, sino también por las clases medias, de manera que muchos se arruinaban por la presión de la apariencia entre sus convecinos.


Esta ánsia desmesurada de vestir con un lujo superior a las posibilidades económicas hubo que frenarlo a base de leyes Suntuárias, que regulaban detalladamente en qué condiciones económicas podía vestirse la seda, y esto afectaba incluso a los eclesiásticos.
Los diseños que forman la decoración de los tejidos del siglo XV eran, en un principio, geométricos, florales simplificados y en perfiles zoomórficos que recordaban a los orientales. En la mitad de la centuria se hicieron más grandes y complejos, con piñas o granadas como motivos principales. Hacia finales de siglo volvieron a hacerse un poco más pequeños y a distribuirse simetricamente.
La industria de la Seda decayó un poco en el S.XVI, por la competencia del centro productor de Toledo que, al ser Corte, tuvo mucha demanda para el propio consumo.


Valéncia exportaba seda cruda además de mantener su producción y exportación.
En el Siglo XVII, la expulsión de los moriscos de la centúria afectó negativamente a la producción sedera, porque estos eran experta mano de obra. Pero más tarde, en la decadencia de los centros de Toledo y Sevilla, Valéncia volvió a recuperar la actividad que conduciría al esplendor del siglo siguiente.


Es sintomático que el Rey Enrique IV de Francia llamara a los sederos valencianos para que enseñaran el oficio cuando creó la industria de Lyon.


El Siglo XVIII, con la llegada de la dinastía borbónica, que implantó en España la ostentación e Versalles, la seda experimentó un gran auge en todo el país, pero Valencia, con la tradición existente, el buen hacer de sus artesanos y la solidez y prestigio del Gremio, se convirtió en el principal productor para satisfacer la demanda de consumo de La Corte y también para la exportación, parte significativa de ella para el mercado de Las Indias.


En este siglo los diseños desarrollaron unos programas iconográficos de gran belleza y realismo, basándose en flores, rosas, margaritas o lirios matizados con sombras a base de tonalidades encardinadas en el color principal. También fueron objeto de decoración de estas sedas ramos, generando centralización, blondas como elemnto de enlace, plumas o volutas. El resultado fueron unas bellísimas telas, espolines, brocados, brocatelas etc.. que aun hoy inspiran la decoración de las ricas sedas del traje regional.


En la actualidad la actividad sedera más importante está en relación con la confección de los tejidos para el traje regional, con sus complementos: cintas, manteletas, delantales, mantones y pasamanería. No obstante, la seda industrial se ha impuesto, y la artesanal, la que se teje a mano en telar de cincuenta centímetros que por los materiales utilizados y la mano de obra tan especializada tiene precios altísimos, se continúa utilizando para personas y actos muy destacados de la Fiesta, y también para vestir imágenes sagradas.







TRABAJANDO CON SEDA NATURAL TRENZADA EN CANARIAS

El mismo brillo y la misma magia que atraían la vista y el tacto en los finos hilos del antiguo Celeste Imperio donde nació se mantienen, transcurridos miles de años, en la seda artesana de la Palma.Con la incorporación, en 1493, de la isla a la Corona de Castilla, llegan procedentes de Portugal y Andalucía los técnicas textiles imperantes en la época. Durante centurias, la actividad sedera fue en aumento, paralela al desarrollo económico isleño, del que formaba porte sustancial, constituyéndose, junto al azúcar, en uno de los elementos fundamentales del intercambio comercial con la Península e incluso con el lejano Flandes. No en vano el puerto de Santa Cruz de la Palma, la capital, llegó a ser en esa época el tercero del imperio de los Austrias, junto a los de Sevilla y Amberes; y no en vano tampoco la abrumadora presencia del arte flamenco (en forma de imaginería y pintura religiosa, fundamentalmente) en la Palma, que por fortuna todavía subsiste, vino de la mano de ricos colonos que vieron, entre otros atractivos económicos, la producción sedera como una de las razones para su establecimiento en tan lejanas tierras.

Sin embargo, esta boyante actividad empezó a decaer a finales del siglo XVIII. El comisionado regio para estadística, Francisco Escolar y Serrano, apuntaba en aquel momento que el motivo de su inicial decadencia era "el uso grande que hacen los isleños del algodón para vestir". Aún así, a mediados del XIX se establece en la capital una fábrica textil con las técnicas y los instrumentos más avanzados; entre ellos, una máquina de madera y tracción humana que, con 24 cabezales, preparaba la seda para exportarla en madejas a Lyon (Francia). Esta máquina torcedora se conserva en el Museo Insular, ubicado en el antiguo convento de San Francisco, en Santa Cruz de la Palma.
Cinco siglos después, sin embargo, el tiempo parece haberse detenido en la artesanía de la seda y hoy su proceso, totalmente manual, que comienzo con la crianza del gusano y consta de más de doce pasos diferentes hasta lograr la pieza deseada, es único en Europa.
Los telares, a dos o a cuatro lizos, tejen puntos de tafetán, gabardina, cordoncillo y palma, o espiga. Los tintes naturales se perdieron a principios de siglo, manteniéndose sólo el de cáscara de almendra, hasta que a mediados de los años ochenta se recuperaron otras muchos materias tintóreas: gualda (amarillos), cochinilla (rojos, granates y rosas), eucalipto (grises) y nuez (marrones), entre otras. Estos colores, elaborados con los productos naturales de la variada flora de una isla que cuenta con más de ochenta plantas endémicas, han proporcionado un nuevo impulso al trabajo de los artesanos.
La seda, sigue hoy hilándose (o sacándose; sacar seda, se dice en la isla) mediante un sistema propio de hilanderas medievales. En una caldera de cobre puesta al fuego, y cuando el agua está en su punto de ebullición, se introducen los capullos, los cuales, ayudados por el agua caliente, van aflojando el hilo continuo que los envuelve; la artesana (normalmente es una mujer quien lo hace) tira de ellos con una escobilla de brezo, llevándolos a un torno manual, en el que acaban convirtiéndose en madejas.



A partir de este punto se continúa con el primer devanado; se limpia y atan los cortes para obtener un hilo continuo en la zarja, donde se van haciendo, por grosores que determina el tacto, fajas (hilo continuo de unas mismas características) paralelas. De la zarja se sacan, por medio de una redina, dos o más hebras, llenándose los cañones (trozos de caña). Después se procede al torcido, que consiste en hacer girar manualmente dos husos, que llevan varias hebras y penden verticalmente de sendas alcayatas fijadas en el techo. Este último paso aparece ya, de forma semejante, en las labores textiles egipcias, reflejadas en tumbas del año 1900 antes de Cristo.
Una vez torcida, la seda se traslada a un torno más pequeño, donde se hacen madejas que se hierven con agua y jabón, para quitarles la aspereza; descrudada la materia prima, su brillo y agradable textura quedan al descubierto. Entonces, si procede (gran parte se trabaja en su color), se tiñe con tintes naturales.

Todavía en madejas, la seda tiene que volver a unos cañones (útil de caña donde se envuelve) para hacer la urdimbre en un urdidor de pared. La trenza de ahí resultante pasa al sentado (tensado) definitivo en el telar donde, después de estar bien templados los hilos, empieza la tejeduría. A menudo, eso es lo único que ve el visitante que llega al taller de seda; lo demás, queda en la memoria más profunda de quienes lo protagonizan. Y, en este caso, en sus muy trabajados brazos y espaldas. Del telar salen tocas y bandos (fajas) para el traje tradicional, fulares, chales, pañuelos de bolsillo, corbatas, y metros y metros de un mágico tejido que acabará convirtiéndose en trajes, camisas o blusas para deleite de sus privilegiados poseedores.


http://sobrecanarias.com/2009/05/10/la-industria-de-la-seda-en-la-palma/

http://www.redandinadelaseda.org/index2.php?ac=paginas&id=21